Marc Sanz describe las sensaciones vividas en un periplo corto, pero muy intenso

 

El enfermero Marc Sanz, de la promoción del 2011 de la Escuela de Enfermería de Gimbernat, ha estado en marzo en la frontera con Ucrania, donde viajó con una furgoneta para llevar material sanitario adquirido con el dinero recaudado a través de donaciones particulares, buena parte de ellas procedentes del personal del Hospital San Jaume de Calella. Sanz y los otros dos compañeros con los que hizo el trayecto aún tenían otro objetivo: conseguir hacer el viaje de vuelta a Catalunya acompañados de una pareja de refugiados, pero al final no fue posible.

Sanz rememora el viaje de cuatro días, corto, pero intenso, así como el estrés derivado de las dificultades logísticas para poder reunir el material necesario en poco tiempo y la angustia que le provocó no poder atender las peticiones de ayuda que le llegaron del hospital de Járkov, situado en una las zonas más castigadas por la guerra. También el malestar que le causó tener que volver con los asientos reservados a los refugiados vacíos.

“Nuestra finalidad era librar el material en Kovel, a unos 50 kilómetros de la frontera con Polonia, aunque finalmente vinieron hasta la frontera a recogerlo, y visitar el campamento de refugiados instalado en un hipermercado cerrado de Chelm, en Polonia, del que nos habíamos propuesto sacar a una mujer y a su hijo.”

Días antes de salir, pero, recibió la petición desesperada del responsable de cirugía del hospital de Járkov, a 1.000 kilómetros de la frontera, y pensó en cambiar de planes. Sin embargo, sus compañeros de viaje le hicieron ver que era demasiado arriesgado y optó para seguir el plan inicialmente previsto. Finalmente, consiguió que otra expedición humanitaria contactara con Járkov.

“He sufrido estrés pensando en si podríamos llegar a entregar el material. He tenido miedo en la frontera y me sentí muy triste en el campamento de refugiados, pero también experimenté mucha alegría cuando pudimos entregar el envío y, al día siguiente, nuestro contacto en Kovel nos comunicó que el cargamento acababa de llegar a Kiev”.

Uno de los momentos más difíciles fue cuando intentaron sacar del campamento a una mujer con un hijo de uno o dos años que tenía un primo en Barcelona y éste, con quién contactaron para preguntarle si los querría en su casa, se negó a acogerlos.

“Las dos personas que teníamos que llevar hasta Catalunya salieron antes de que nosotros llegáramos y durante el viaje de ida nos enteramos de que ya estaban en Alemania. En el campamento sólo había familias numerosas, pero encontramos a una mujer con su hijo pequeño que estaba dispuesta a venir con nosotros si el pariente que tenía en Barcelona los acogía. Al negarse, le ofrecimos la posibilidad de viajar de todas formas con nosotros y de ponerla en contacto con una asociación de refugiados de Canet. En estas condiciones, la mujer no quiso venir”. Por eso, “la vuelta tuvo un sabor agridulce”, asegura Sanz.

Una vez en casa, Sanz volvió a tener dudas acerca de si tenía que haber ido hasta Járkov. Fue entonces, cuando, “10 años después, volví a contactar con la Escuela de Enfermería de Gimbernat para poder compartir mi desazón”. El profesor Cristian Palazzi, doctor en Filosofía, lo tranquilizó diciéndole que había hecho lo que tenía que hacer. “Le estoy muy agradecido”, confiesa.


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